Ocho o diez estamos viendo lo mismo: al otro lado del caño que parte en dos el barrio Antonio Nariño, el viento que no sabe de divisiones empuja una cometa hacia el lugar equivocado.
Hace un mes, pasando hacia allá, mataron a Pica. Los amigos dicen que el muchacho ya le había dado vuelta a la vida, que todo bien. Pero de ese lado todo bien puede ser todo mal y al cruzar una de esas líneas desconocidas por el viento le dispararon.
La cometa es un hexágono relleno de papelillos de celofán que une cielo y tierra en un puñal levantado por un peladito de 13 o 14 que camina siguiendo la trayectoria de la cometa que viaja hacia donde no debe y es esperada por otros peladitos que levantan las manos tratando de agarrarla.
A media cuadra, el peladito del puñal camina hacia ellos en silencio levantando el codo a la altura de cara mientras deja caer detrás de la cabeza su arma empuñada. Es una hora de luz difusa entre las cinco y seis de la tarde y los vientos de agosto han encaramado entre las nubes otras cometas, cinco, seis, diez, pero todos a la distancia seguimos la misma que cae.
Cristian vive en Antonio Nariño, barrio de la comuna 16 donde hasta el 21 de junio de este año 16 menores de edad fueron asesinados. El mismo barrio donde en el 2009 mataron Ricky, cabecilla de La 20, una de las pandillas más temidas por la reputación de sangre que había dejado como consecuencia de la guerra abierta para controlar algunas esquinas: antes de que a Ricky lo mataran, el enfrentamiento con Los Pokitos y El Palenque dejó medio centenar de personas asesinadas en cinco años de balas perdidas y tiros que cruzaban las calles buscando ‘liebres’ escondidas entre gente que salía a trabajar y chicos que regresaban de la escuela.
Cristian habla de eso porque él mismo supo de muchos que trataron de acercarse al velorio de Ricky empujados por una voz que corrió prometiendo varios millones para el que cortara los dedos del muerto: “Parecían chulos dando vueltas, pero había mucha tomba (policía) y no pudieron entrar. Desde que no haya caciques (jefes mafiosos que ejerzan autoridad) es más o menos así. Lo de la niña que mataron en el velorio de pronto tenía que ver con el man que estaba en la caja, pudieron ser dos pandillas y a la vez no, nadie sabe”.
El coordinador del Observatorio de Realidades Sociales de la Arquidiócesis de Cali es un investigador que desde hace más de veinte
De acuerdo con un investigador criminalístico, la forma en que se siguen aprovechando del desocupe de los muchachos es la misma de siempre: “Una moto prestada, los zapatos, el celular, el fierro y luego el compromiso”.
Actualmente, dice él, una de las labores que más les encomiendan es la de ‘los gatos’, que son los hombres que en la sombra de la noche se paran a la orilla del río Cauca para estar pendientes de los alijos de droga que vienen bajando en lanchas y canoas que arrojan la mercancía en determinados puntos del cauce.
La secretaria de Gobierno de Cali, Laura Lugo, dice que por eso este año la Alcaldía destinó 2.362 millones para invertir en “programas para la prevención de la violencia inclusión y generación de oportunidades, beneficiando a un total de 1.000 jóvenes en alto riesgo con el fin de darle un buen uso a su tiempo libre. Esta es una problemática que representa uno de los más grandes retos de la ciudad”.
Cristian y El Negro son amigos de Jaison y de Wilmar, de Manchas y de Henry. Ellos y otros chicos olvidados de Antonio Nariño, hace tres años recuperaron un pedazo de tierra extendida al lado del caño que parte en dos el barrio. Desyerbaron y botaron los escombros, sacaron las rocas y los fierros retorcidos de los carros robados que en otro tiempo fueron desarmados allí por otra gente. Limpiaron los recuerdos de robos y violaciones que también ocurrieron para convertir eso en un proyecto que un día les diera de comer. A la entrada, construido en cemento, un arco anuncia con un nombre simple lo complicado que intentan: La Granja.
En La granja, los supuestos miembros de La Sin Cinco pasan sus días correteando gallinas, gansos, pollos recién nacidos, dos cabras que saltan sobre los corrales y a un perro que bautizaron Danger y no asusta a nadie.
La gente del barrio casi todos los días les regala sobras de comida para alimentar a los animales y dicen que esos muchachos están haciendo mucho bien dando ejemplo de cómo es posible darle la vuelta a la vida aunque a nadie le interese.
Esta semana les nació un chivito. Es negro, de manchas blancas y ojos grises. Fue llamado Pica en honor al amigo que les mataron. Pica, en contravía de todo y al lado del caño, vive. Pero eso nadie lo ve. Es una hora difusa entre las siete y ocho de la noche. La Granja, levantada en la antigua escombrera, duerme sobre una frontera invisible.
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